El editor y la autora del libro 26 crímenes y una crónica. Quién mató a la resistencia en Venezuela inician en el emblemático Barrio de las Letras de Madrid, el recorrido que llevará la obra a todos los rincones de España. El primer encuentro será el jueves 27 de septiembre, a las 19:00 horas, en la librería La Sombra (Calle de San Pedro, 20). La entrada es libre hasta completar el aforo.
Por: Elizabeth Araujo*
Como todo venezolano que vive en el exterior y le preocupa la crisis de su país, Carleth Morales Senges emprendió desde Madrid una travesía por el dolor de familiares de los 26 jóvenes asesinados por fuerzas policiales y militares durante las protestas de 2017. Su esfuerzo se tradujo en 26 crímenes y una crónica. Quién mató a la resistencia en Venezuela, un reportaje exhaustivo que sirve de alegato contra la sistemática represión y la violación de los derechos humanos cometida por la dictadura de Nicolás Maduro.
El pasado domingo 2 de septiembre Johan hubiera celebrado sus 21 años junto a sus padres, abuelos, amigos y su novia Oriana. Pero estamos hablando de un imposible, porque a este alumno de Ingeniería de Sistemas y amante de la poesía, un desalmado le disparó al corazón, y desde la noche del jueves 6 de abril de 2017 mencionar el nombre de Jairo Johan Ortiz Bustamante no se asocia a la alegría sino a a la tristeza.
“En un ambiente enrarecido que las redes sociales no ayudan a despejar, entre acusaciones de infiltrados y justas reivindicaciones, a las 9:30 de la noche, frente al Centro Médico Los Altos, más que detonaciones, se escuchan gritos. Un joven yace en el asfalto. Los 48 metros que separan a víctima del victimario hace mortal la descarga. Es Jairo Johan, y ya está muerto”. Con este relato testimonial recabado a través de llamadas telefónicas, correos electrónicos e interminables entrevistas por skype sin importar las diferencias de horarios entre Madrid y Caracas, la periodista Carleh Morales Senges se propuso desde España no permitir que los nombres de Johan y de otros 25 venezolanos pasaran al inventario del olvido.
De esta labor titánica, redactada con un estilo directo, poético, a pesar del tema, detallando con precisión de relojería los hechos y apelando al rigor del oficio esta periodista, diseñadora gráfica y locutora residente en Madrid, documentó en 26 crímenes y una crónica. Quién mató a la resistencia en Venezuela los asesinatos cometidos, en la mayoría de los casos comprobados, por las fuerzas policiales, militares y sujetos armados al servicio del gobierno de Nicolás Maduro, durante las protestas que incendiaron varias ciudades de Venezuela desde marzo a junio del 2017, con un saldo mayor a los 150 muertos.
Versátil e inquieta –es fundadora y actual presidenta de la Asociación de Periodistas Venezolanos en España (Venezuelan Pres)– y en extremo solidaria con la causa de sus compatriotas, tanto los que llegan a Madrid como los que padecen en Venezuela la violación de los derechos humanos por una dictadura en todas sus letras, Carleth Morales ha conocido sin proponérselo el éxito editorial, porque 26 crímenes y una crónica. Quién mató a la resistencia en Venezuela se vende como pan en Caracas, en Madrid, Bogotá, Miami e incluso por Amazon, lo que le ha permitido recoger los frutos de una labor de investigación que le robó horas de sueño y le sumó más tribulación de la que sorteó al entrevistar a familiares y amigos de las víctimas de esta represión sistemática que actualmente es objeto de una denuncia en la Corte Penal Internacional de La Haya.
–¿Cuál fue su propósito al asumir la investigación y redacción de “26 crímenes y una crónica”?
–Hubo dos grandes propósitos como periodista: dejar constancia inmediata
de lo que había sucedido en las protestas de 2017 e identificar
indicios sobre violación a los Derechos Humanos en ese contexto. Lo
primero era imprescindible porque a los venezolanos nos pasan tantas
cosas que a veces a los periodistas no nos da tiempo en recoger y
profundizar en todas. En este sentido fue un reto de concentración en un
solo tema, a contratiempo. Lo segundo era indispensable para poder
elaborar un informe documentado que luego llevé a las Naciones Unidas y
al Parlamento Europeo para denunciar los indicios de violación a los
Derechos Humanos que ciertamente hallé. Por supuesto, que no fueron los
únicos propósitos. Al acabar las protestas, como venezolana y como madre
me pregunté si había valido la pena que 158 personas perdieran la vida
en las protestas. Entonces me puse en la piel de los padres y
familiares, que veía clamar justicia sin que nadie los escuchara. Quería
saber en qué medida yo los podía ayudar. Ese objetivo también se ha
cumplido, con todos tengo una relación muy estrecha. No soy juez para
obrar justicia, pero sí puedo alzar mi voz por ellos, entonces, además
de acompañarlos en su lucha y su dolor, sigo recordándolos en cada
escenario para que no se olviden, hasta que llegue la justicia, que
llegará.
–Una vez asumido este proceso ¿cómo hizo para sortear los
incontables obstáculos para establecer los contactos, llevar a cabo las
entrevistas y comprobar los hechos y los relatos?
–Se llama periodismo colaborativo. Formé un equipo con dos periodistas
en Venezuela que fueron mis cinco sentidos allí. Si bien casi todas las
entrevistas las hice yo por teléfono, a siete mil kilómetros de
distancia, el trabajo de producción lo hizo la periodista Ashley Flores,
mientras que la organización y verificación de datos estuvo a cargo del
periodista Luis Fernando Herrera. Y así, después de una rigurosa
metodología de investigación en perfecta coordinación con ambos, en
tiempo y forma, y muchas madrugadas sin dormir, se publicó el libro en
la fecha prevista: abril de 2018, al año de haber iniciado las
protestas. Por supuesto, la piedra angular fue mi editor, Sergio Dahbar,
sin cuyo apoyo editorial no hubiese sido posible.
–Para quien lo haya leído, su libro reivindica el rigor de la
investigación periodística, al tiempo que sirve de denuncia contra la
represión del gobierno de Maduro ¿Ha valorado si 26 crímenes y una
crónica opera como una suerte de terapia para familiares de los jóvenes
asesinados?
–Mientras lo elaboraba no sabía lo que iba a significar para los
familiares. Pasados unos meses y dada la continuidad de mi relación con
ellos, me he dado cuenta de que lo tienen en sus altares, lo comparten
con sus allegados, me agradecen siempre el hecho de haber dedicado mi
tiempo y esfuerzo a dejar impresa la historia de sus hijos tal cual
ellos la contaron. Me mandan fotos de dónde tienen el libro. Una de las
familias lo tiene en un lugar privilegiado para que los niños huérfanos,
hijos de uno de los jóvenes caídos, crezcan sabiendo por qué luchaba su
padre. Yo creo que los familiares, mientras esperan la justicia legal
para los culpables, recorren este espinoso camino sabiendo que la
justicia social ya los ha juzgado.
–A título personal ¿cuál fue la historia que le generó mayor impacto desde el punto de vista emocional?
–Es muy difícil escoger una historia, es como escoger a cuál de los
hijos quieres más. Porque al fin y al cabo, antes que periodista, soy
madre, y con todos esos padres lloré muchísimo. La pérdida de sus hijos
la siento como propia, es imposible saber cuál me impactó más.
–¿Cómo hizo para combinar su labor profesional, su responsabilidad
familiar y su rol de gremialista al frente de VenezuelanPress con la
tarea de escribir un libro cuyos hechos ocurrieron a distancia?
–Las madrugadas y los analgésicos para el dolor de cabeza fueron mis
aliados. Comencé haciendo un reportaje y poco a poco se fue convirtiendo
en un libro. Cada vez que un padre me preguntaba cuándo salía
publicado, aumentaba mi presión. Tenía mucha responsabilidad en mis
manos, así que hubo un momento, al acercarse la fecha de entrega a la
editorial, que tuve que establecer prioridades. Allí, mis compañeros de
trabajo, la Junta Directiva de la asociación y mi familia, también
fueron mi equipo.
–El hecho de que este libro se haya escrito fuera del país
¿significa que a los periodistas en Venezuela se les escapó este tema
por diversas razones o resulta más práctico asumirlo a distancia?
–A mi productora siempre le decía que estuviera atenta por si algún
colega también trabajaba sobre el tema, para no duplicar el trabajo. Un
día me llamó llorando desde una gasolinera porque tenía dos horas
sentada en su coche haciendo cola para echar gasolina y me dijo:
«Carleth, aquí nosotros no tenemos tiempo para escribir eso. Tienes que
hacerlo tú». Ese fue para mí un momento muy importante porque me di
cuenta de que los colegas en Venezuela estaban pasando las mismas
vicisitudes que cualquier persona para adquirir alimentos, medicinas y
servicios básicos. Por eso, los que estamos afuera tenemos la
responsabilidad de ayudarlos a dejar constancia en profundidad de lo que
nos está pasando, ellos prácticamente sólo tienen tiempo de documentar
el día a día. Yo siempre digo: Quienes hagan cosas, tienen que hacerlas:
cantantes, escultores, pintores, poetas, cineastas, periodistas,
tenemos ese deber para que las futuras generaciones sepan lo que sucedió
en este momento de nuestra historia.
–¿Cuál fue el perfil de las personas asesinadas en las protestas y cuál fue el patrón coincidente de sus asesinatos?
–El perfil que buscamos fue el de las personas que salieron de su casa
con la intención de manifestar de alguna manera su descontento, no los
que pasaban por allí, que también los hubo. Luego nos dimos cuenta de
que la mayoría de quienes encabezaban las protestas eran los jóvenes más
fuertes, los que luchaban por convicción, los que comían porque sus
padres trabajaban cada día por sacarlos adelante en vez de estar
esperando una bolsa del CLAP; los que estudiaban en una universidad y
sabían el valor del esfuerzo y la constancia en vez de estar esperando
que alguien los enchufara para darles un cupo; los que no le debían nada
al gobierno; los que escuchaban a sus padres contar cómo era la
Venezuela en la que ellos habían crecido a base de esfuerzo y trabajo;
los que leían, escribían, reflexionaban y creían en una Venezuela
construida sobre la base de los valores que venían en sus casas. Por eso
tenían todos el mismo perfil, por eso, cuando un guardia disparaba
contra uno, daba igual si disparaba contra el de al lado. Todos eran
iguales. En lo que sí hubo planificación, y de eso hallé todos los
indicios, fue en la actuación de los cuerpos de seguridad del Estado, en
el uso desproporcionado de la fuerza. Durante este periodo parece que
las actuaciones hubiesen obedecido a un patrón sistemático, porque en la
mayoría de los casos, cuando comenzaba la represión en una ciudad, en
el resto iniciaba y acababa a la vez, y la forma en la que asesinaban
parecía obedecer a un patrón: de los 26 crímenes investigados, 25 de
ellos murieron producto de un disparo en una zona vital (6 en el pecho, 6
en la cabeza, 5 en la zona abdominal, 3 en el cuello, 2 en la ingle y 2
de un traumatismo torácico).
–¿Fue doloroso confrontar a los padres de los jóvenes asesinados,
al punto que les tocó llorar de verdad con ellos al recordar el momento
en que sus hijos fueron asesinados?
–Técnicamente, como toda investigación, las entrevistas estaban
perfectamente estructuradas, pero cuando se trabaja con el elemento
humano hay imponderables para los que tienes que estar preparado.
Empatizar no sólo es necesario, es inevitable. Los periodistas no somos
de hierro. Cuando una madre o un padre te cuenta cómo supo que
asesinaron a su hijo, cómo vivió ese momento y cómo se siente ahora que
ve que el Gobierno se burla de su dolor, lloras con ellos. Y lo vuelves a
hacer cuando escribes. Y lo vuelves a hacer cuando relees. Y aun así
tienes que seguir siendo pilar. No es sencillo.
–Su libro ha registrado una excelente aceptación y venta, ¿Siente
que hay interés en los lectores españoles por un tema que en
Latinoamérica son el pan de cada día?
–Sí lo hay. Cuando lo presentamos en la sede del Parlamento Europeo en
Madrid había muchos españoles y periodistas españoles. Los mayores
apoyos en España han sido de españoles: diputados, senadores,
concejales, comunicadores que se interesan por hacerse eco de estas
historias para seguir sensibilizando. A eso me refiero también cuando
digo que la justicia social ya ha condenado a los culpables. Cuando un
padre ve que en España se habla de sus hijos, es una nueva meta
alcanzada en este sentido.
–¿Le ha enviado un ejemplar al ministro de Exteriores Josep Borrel
y al expresidente del Gobierno Rodríguez Zapatero como un gesto de
acercamiento y de comprensión sobre la crisis venezolana?
–Aun no, pero no lo descarto, a ellos y a otros que apoyan al régimen
venezolano o miran hacia otro lado como si nada estuviera pasando. Sería
bueno que no solamente comprendan la crisis venezolana sino que sepan
hasta qué punto llega la tragedia cuando se empeñan en instalar un
sistema de gobierno fallido y unos ideales obsoletos que en nada
benefician a su gente.
–Tras haber investigado a profundidad acerca de este reciente
episodio y tuviera que responder a la pregunta que formula el título de
su libro ¿podría revelar quién mató a la resistencia venezolana?
–Todas las evidencias apuntas a que quienes accionaron las armas fueron
los cuerpos de seguridad. No olvidemos que el 8 de febrero de este año,
la Corte Penal Internacional abrió un examen preliminar sobre Venezuela
por la fuerza excesiva de la policía para dispersar y reprimir
manifestaciones. Eso está en proceso y en algún momento habrá un
pronunciamiento. Pero quienes realmente dieron las órdenes fueron los
superiores, que a su vez obedecían órdenes de los altos funcionarios,
que a su vez se rigen por un sistema fallido de Gobierno que insisten en
mantener a toda costa. Sin embargo, hay que decir que la resistencia no
está muerta. Puede parecer una contradicción, pero es así. Lo que pasa
es que entre el 1 de abril y el 30 de julio de 2017, entre que
comenzaron las protestas y se votó la Asamblea Nacional Constituyente,
hubo 158 asesinatos, entonces salir a la calle de forma deliberada
resulta una medida extrema, nadie quiere perder la vida, ni que sus
hijos la pierdan en este contexto. Pero realmente, todos los que
sobreviven al día a día en Venezuela están en resistencia. Lo que sí
podría matarla definitivamente es la indolencia, la pasividad y la
inacción, de los venezolanos y de la comunidad internacional, por eso
hay que batallar día a día desde todos los flancos para rescatar la
democracia.
–¿Cuál es la satisfacción personal que le deja haber asumido este desafío periodístico?
–Esto es un ejemplo de que no hay excusa que valga si realmente queremos
hacer algo. Si yo pude escribir un libro con el rigor periodístico que
requería una investigación de esta naturaleza, a siete mil kilómetros de
distancia de las fuentes, todos podemos desde nuestra tribuna ser parte
activa de la lucha por restituir la democracia en Venezuela. Y a nivel
personal, saber que mis hijas y mis sobrinos tendrán un documento fiable
para conocer qué pasó en ese preciso instante de la historia de su
país, por eso se lo dediqué a ellos, y a todos los hijos y sobrinos de
Venezuela.
*Elizabeth Araujo. Periodista venezolana, reside en Barcelona