Ortega probó las raquetas del “inventor” René
Para conmemorar los aniversarios de las originales piezas de Lacoste

Goyo Ybort. Fotos de Alberto Simón, GYB.
Con la colaboración de Roberto Ortega y Club de Campo Villa de Madrid.

En La Quincena hemos pedido al tenista madrileño Roberto Ortega Olmedo -recién retirado de la competición mundial y ahora entrenador- que emulara por unas horas al polifacético René Lacoste, para recrear en el Club de Campo Villa de Madrid la historia del jugador francés y de los aniversarios de las raquetas que llevan su sello.

Y Roberto, que fuera 232º del mundo y 49º de la clasificación de la Federación Internacional de Tenis en 2019, y que atesora 15 títulos ITF individuales y 22 títulos de dobles entre 2021 y 2010, aceptó la representación y pudimos generar este curioso reportaje en torno a la compañía que exhibe un cocodrilo desde hace casi un siglo.

El nombre de Lacoste celebra ahora las seis décadas del inicio de la revolución metálica de las raquetas y los cuarenta años de su modelo de madera.

También se cumplen cien años del debut en competición del propio René Lacoste como tenista, en quien nos centraremos por constituir la génesis no sólo de su marca, sino de otras particularidades.

Para definir a una persona tan polifacética como tenaz nos ceñiremos a una mítica frase suya: “¡Inventor! Es la profesión que yo pondría en mi tarjeta de visita. He estado inventando toda mi vida”.

Y vaya si inventó.

René era un tipo especial nacido en los albores del siglo XX en el seno de una familia de negocios. Su padre Jean-Jules representaba a la marca automovilística barcelonesa Hispano Suiza.

Su vínculo con el deporte de la raqueta nació, como en muchos, golpeando una pelota contra una pared; pero, esencialmente, tiene su origen de manera accidental, cuando siendo cadete acompañó a su padre en un viaje de trabajo a Londres y pudo ver jugar al tenis en una pista.

Jean-Jules mandó a René a aprender inglés a la capital británica, eso sí, armado con una buena raqueta, creyendo que la práctica del tenis adentraría a su hijo en la sociedad y habla sajona; sin embargo, Lacoste junior solo regresó enamorado del deporte y tres años después debutaba en un torneo en Normandía y en Wimbledon; para, al año siguiente, estrenarse con el equipo francés de Copa Davis.

Como solo era un amante del deporte, no un dotado para ello, René perfeccionó su discreto juego a base de instruirse mediante libros de técnica del tenis y observando los movimientos de otros jugadores, aunque beneficiado por sus naturales intuición y creatividad. Perfeccionó sus golpes a base de procurarse ejercicios que realizaba hasta de noche dentro de las habitaciones y, de este modo, mejoró ostensiblemente.

No contento con los entrenamientos que realizaba, ya junto a otros tenistas franceses, y con el ritmo que precisaba, Lacoste ideó y patentó una máquina lanzapelotas, fabricada por Dunlop, para ganar en calidad de golpe y en movilidad. Y René alcanzó la cima del tenis mundial, ganando torneos de grand slam -salvo Australia- y la Copa Davis en dos ocasiones; pero una tuberculosis lo sacó de la práctica del deporte.

Después, asumió la capitanía de la selección francesa en Copa Davis y entró en la historia como el más famoso de los cuatro mosqueteros de Roland Garros, también en buena medida por la creación de la marca del cocodrilo. Y esta es otra historia.

Parece ser, que en uno de sus viajes de equipo a Estados Unidos, René -con 19 años- se quedó prendado de una maleta de piel de cocodrilo expuesta en el escaparate de un comercio. Tal fue su atracción, que el capitán del equipo se la prometió si ganaba. René no ganó el objeto, pero sí fijo el objetivo.

Apenas tres años después, ya asociado René a la imagen del gran reptil por sus compañeros y algún periodista -de fino oído-, le pidió al estilista y amigo Robert George que le bordara cocodrilos en sus blazers. Y seis años después, el legendario reptil se acomodó en el pecho izquierdo de los primeros polos para deporte.

Para llegar a ello, Lacoste ya había trazado otro concepto de indumentaria, adaptada al deportista y no al revés; rompiendo con la vestimenta convencional de aquellos años 20, dando forma al polo. También realizó una incursión en el sector aeronáutico, como joven empresario.

Pero, volvamos a los inventos del tenis y a los derivados del sello Lacoste.

Siempre en pos del perfeccionamiento del juego, René, como hizo con la máquina lanzapelotas, recogió cuanto estudió del deporte de la raqueta en su obra Tennis, que convirtió en libro de cabecera para ganar partidos; y se recreó en moldear, o recubrir con cinta quirúrgica, la empuñadura de su raqueta para incrementar tacto y confort.

Entre las decenas de patentes que registró hubo varias del panorama tenístico, constituyendo la verdadera revolución la raqueta de acero que se estrenó al inicio de la década de los 60; es decir, seis lustros después de que René ideara el concepto.

DE LA PIONERA EN METAL A LA ACTUAL LT20, PASANDO POR LA JOYA HÍBRIDA LT12
La RL07 Lacoste Metal Racket apareció en 1961 para cambiar, y aligerar, la forma de jugar al tenis. Chasis de acero con un llamativo sistema de anillas metálicas como sujeción del cordaje, que recorría el aro de la redondeada cabeza. Aquel metal posibilitaba mayor resistencia de la garganta o cuello, lo que contribuía a reducir las vibraciones, a la vez que la cabeza confería mayor potencia y control respecto a la madera.

Sin embargo, paradojas de la vida, la joya duró poco tiempo en manos del sello del cocodrilo y con escasa relevancia, hasta que Wilson adquirió la patente y lanzó la T-2000, verdaderamente reconocida y superventas, con la que Jimmy Connors sumó grandes victorias durante tres lustros salvo, curiosamente, sobre la tierra de Paris.

Para Roberto Ortega, esta pieza de acero (cuando la probó encordada) “es una raqueta que para la derecha y para el revés cortado puedes tener mucho control. Para pegarle fuerte, creo que es una raqueta que no sirve mucho (se ríe). El control que tiene me ha gustado mucho. El sonido es muy distinto al que tenemos hoy en día, y si intentas darle con un poco de efecto, como se juega ahora, el sonido no es tan bueno como podrías esperar. Es un honor empuñar este modelo, veo que tenía mucho mérito poder jugar con estas raquetas al nivel con que jugaban entonces”.

Pese al invento metálico, la compañía francesa no escapó a la tendencia de fabricación en madera, que reinó hasta mediados los años 80; y produjo entre 1982 y 1985 su Control Wooden Racket elaborada en madera laminada y con los colores de la bandera tricolor gala.

Las inquietudes de Lacoste se reprodujeron a finales de la década de los 80, cuando apareció la LT 301 y seguida la LT 302 Equijet Racket en 1988.

Ya construidos con el grafito propio de la época, estos modelos, que presentaban la patente del Equisysteme, combinaban las ventajas de los cordajes más pequeños y más grandes, exhibiendo una peculiar deformación de la cabeza en su ecuador, a las 3 y a las 9. Guy Forget usó esta singular raqueta y ganó con ella la Copa Davis (junto a Henri Leconte) en 1991.

La entrada de la marca en la década de los 90 fue menos llamativa, a simple vista. Aparecía en el mercado la nueva línea de producción LT. La LT345 estaba elaborada en grafito y fibra de vidrio y lucía en un elegante blanco nacarado, y la LT330 (aún había una LT340 más competitiva y algo más pesada) fabricada en grafito, kevlar y fibra de vidrio en un verde muy de la compañía francesa.

Estas series, con patrón de cuerdas 16-19, aportaban el sistema patentado Accelero-Damper, otra de las genialidades originales de René Lacoste en busca de la mejor absorción y confort en la pegada, trabajando en la amortiguación desde la empuñadura (sistema visible en el tapón del puño).

En la primavera de 2015, la firma del cocodrilo volvió a exhibir su elegancia y exclusividad al lanzar la edición limitada LT12 (cada raqueta estaba numerada), a la que sólo accedieron 650 personas en el planeta.

Se trataba de una bella pieza, de concepto híbrido al estar construida por tres tipos de madera: nogal, tilo y balsa, y grafito de alto módulo, como el empleado en aeronáutica. De manera que la madera (70%) aseguraba cierta comodidad y distinción, a la par que amortiguación en combinación con el grafito (30%), que también aportaba potencia y control.

Cada pieza fue elaborada a mano en Albertville, una vez que el histórico colaborador de René Lacoste, Alain Gallais, y el reconocido artesano de esquís Alain Zanco dieron forma a un proyecto que llevó casi tres años y que se convirtió en una joya que, inspirada en el propio René y en los Mosqueteros, probaron ganadores de Roland Garros como Mats Wilander y Gustavo Kuerten.

La exclusiva híbrida LT12 se pudo adquirir por medio millar de euros.

Por último, una vez Lacoste adquirió la participación del 80% en la compañía Major Sports, matriz propietaria de Tecnifibre (fundada en 1971), en el otoño de 2017; la marca del cocodrilo ha vuelto a un chasis de raqueta.

Con diseño partiendo del cuartel general de Tecnifibre en Feucherolles, Lacoste ha puesto en el mercado en 2021 su último modelo L20, en dos versiones, diferenciadas por peso y colores.

La L20 es una raqueta de cabeza de 100 pulgadas (645 cm2) con 290 gramos de peso que se caracteriza por una cuidada y elegante estética, pero, sobre todo, por su rigidez, su balance (31,5 cm) y por el particular patrón de encordado abierto 16×19, con mayor densidad de cuerdas en el centro de la cabeza que en los laterales, que incrementa el punto dulce de golpeo y el control, a la vez que la potencia, minimizando los errores.
En su comodidad y manejabilidad también incide el característico sistema de amortiguación Damper que, basado en la tecnología ideada por René, incluye, en el elastómero que interviene en la empuñadura, un ligero peso de algo más de 25 gramos para beneficiar el confort de golpeo desde la mejor absorción del impacto.

La versión ligera o L20L cambia en el predominio del blanco en su pintura, en el peso de 275 gramos y en el balance de 32,5 cm.

Para Roberto Ortega, que se sorprendió del comportamiento y amortiguación de las raquetas Lacoste -incluso de los años 90- sobre la tierra batida del Club de Campo Villa de Madrid, la reciente L20 “es una raqueta que ofrece control, que no se mueve al golpear la pelota y que coge buenos efectos. Se nota la efectividad de ese sistema original de amortiguación, especialmente en la L20 de más peso, pues se mueve menos”.

 

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